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El azúcar, ¿amigo o enemigo?

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En nuestra consulta de nutrición es habitual escuchar la frase: “el cuerpo me pide azúcar”. ¿Qué tiene esto de cierto? 

Pues bien, para comprender algunos comportamientos con respecto a los alimentos azucarados antes debemos conocer más a fondo esta dulce sustancia.

¿Qué es el azúcar?

El azúcar común o blanquillo, cuyo nombre científico es sacarosa es un disacárido, es decir, está compuesto por dos moléculas (di) una de glucosa y otra de fructosa. 

Nuestro cerebro se alimenta de glucosa y oxígeno. Así, el azúcar nos aporta nada menos que una sustancia que necesitamos para el correcto funcionamiento cerebral, entre otros.

¿Por qué tengo antojo de dulce?

¿Qué hay detrás de los antojos de dulce? Probablemente, períodos de ayunos prolongados que hacen que el nivel de azúcar en sangre baje demasiado, un nivel de estrés muy alto, en el cual el cerebro demande altas cantidades de glucosa, dietas restrictivas; y en ocasiones la unión de algunos de estos tres factores.  

La sacarosa aporta calorías al organismo, en concreto 4 Kcal por cada gramo. Como es una molécula relativamente sencilla de metabolizar (pues sólo tiene dos componentes) esta energía es fácil de obtener, es una fuente de energía rápida y además de consumo rápido.  Se dice que aporta calorías vacías ya que solamente aporta calorías sin ningún aporte de otros nutrientes como vitaminas o minerales.

Lo que sucede es que el organismo se acostumbra a la obtención de energía de forma inmediata y relativamente sencilla y se va desacostumbrando a “trabajar”, metabólicamente hablando, para conseguirla. Así, por ejemplo, una persona que vive una situación de estrés elevado, que no se alimenta de manera correcta, es más que probable que tenga antojos de alimentos azucarados cada vez más frecuentes.

¿Por qué apetece tanto comer azúcar?

Desde la más tierna infancia, solemos asociar las emociones con los dulces. Y sino, pensemos en cuantas veces se consuela o premia a un niño con dulces. Estas conductas hacen que relacionemos de manera automática determinada emoción con un alimento, en este caso el azúcar. Y así vamos creando un sistema de recompensa, una compleja red de estructuras cerebrales que frente a estímulos externos genera emociones positivas mediadas por la Dopamina, que produce satisfacción. Este sistema roza la adicción aunque no está del todo determinado que exista una adicción a los alimentos. 

El caso es que cada vez el umbral de necesidad de recompensa es más alto, es decir, cada vez necesito más glucosa para sentir la misma satisfacción o sensación de bienestar.

¿Cómo sé si tengo un comportamiento adictivo con el azúcar?

Podemos saberlo si presentamos los siguientes hechos: 

  • Tenemos un consumo compulsivo diario de productos azucarados (chuches, zumos, bollos, golosinas,… )
  • Hacemos una planificación a conciencia para la compra de dulces
  • Cuando compramos , lo hacemos en gran cantidad incluso más de lo que se había pensado inicialmente
  • Rechazamos los alimentos “menos dulces”
  • Sustituimos alimentos más sanos por dulces. Por ejemplo, zumos en lugar de fruta. 

¿Cómo salimos de este círculo?

La única manera de hacerlo es cambiando la sustancia de recompensa que usamos en ese círculo vicioso emoción – recompensa, o sea, cambiando el tipo de azúcar y enseñando al cerebro de forma gradual que hay otros lugares de donde puede obtener energía para funcionar. 

Lo correcto es empezar a usar la vía más lenta de obtener glucosa: 

  • Bajar gradualmente la cantidad de azúcar diario: la que agregamos al café, a las infusiones, etc. Primero a la mitad y luego a lo mínimo posible.
  • Permitirnos los dulces para ocasiones especiales y no diariamente. 
  • Estar atentos al contenido de azúcares en productos industrializados de consumo diario, por ejemplo yogures, zumos o galletas. 
  • Cambiar el azúcar por azúcares complejos cuya liberación es más lenta y más duradera: copos de avena, frutas, pasta integral, arroz integral, frutas desecadas, dátiles o panes integrales. 

Poco a poco el cerebro comienza a desengancharse del dulce como recompensa y aprende a obtener energía de otros alimentos. De este modo, ese enrevesado sistema de recompensa comienza a desmontarse además que baja el umbral de necesidad de “dulce”. 

El azúcar es pues, una sustancia que nos aporta calorías vacías y que produce una necesidad de consumo cercana a la adicción, cuyo exceso de consumo impacta negativamente no solamente en el aspecto físico produciendo sobrepeso, obesidad, resistencia a la insulina, caries dental sino además en el aspecto psicológico como un método erróneo de gestión de emociones. 

Por todo ello, la educación en hábitos alimentarios saludables desde la infancia es fundamental y en los adultos es perfectamente posible aprender nuevos hábitos mediante  tratamientos nutricionales que consideren estos aspectos y refuercen nuevas conductas.

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